Raúl Martínez (Κούβα)
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Un grito cubano en favor del debate
Nace 'La Siempreviva', revista dirigida por Reynaldo González, organizador de las últimas protestas intelectuales
MAURICIO VICENT - La Habana - 27/10/2007
En La Habana ha aparecido una nueva revista literaria. Se llama La Siempreviva y no es una publicación cultural al uso; aunque está financiada por el Ministerio de Cultura, no está adscrita formalmente a una institución oficial y no carga las tintas en el terreno ideológico.
Aunque en Cuba, ya se sabe, hasta la espeleología es política. "La revista surge con vocación de reflejar la vida literaria cubana y de estimular el debate, hoy más necesario que nunca en nuestro país y en todos los campos", afirma su director, Reynaldo González.
Narrador, ensayista y premio Nacional de Literatura, González fue uno de los iniciadores de la llamada guerra de los e-mails, una protesta de intelectuales que conmovió el mundo cultural y académico a principios de año y tuvo eco internacional. El motivo del plantón fue el rescate público en televisión de ex funcionarios vinculados a la etapa más gris de la cultura cubana, los años setenta, cuando numerosos escritores y artistas fueron marginados -y algunos expulsados de sus trabajos- debido a su homosexualidad o a no cumplir con los "parámetros revolucionarios". Aunque La Siempreviva no tiene que ver directamente con aquel cruce espontáneo de correos electrónicos, sí responde a la reclamación de espacios de debate crítico que los intelectuales cubanos demostraban con él.
Aparecida el 27 de septiembre, el número uno de la revista exalta en su artículo principal las memorias homoeróticas del pintor Raúl Martínez, quien fuera iconógrafo de la revolución, y como muchos artistas cubanos, marginado por su orientación sexual en los años setenta. El tema, aunque cada vez más asumido, sigue levantando ronchas por lo que implica de denuncia. "Ahora comienza a verse la homosexualidad con cierta mesura, pero hubo épocas terribles. A ellas se refiere en sus memorias Raúl Martínez, un artista muy querido en Cuba. Precisamente una de las causas de la protesta de los e-mails fue la resurrección de personajes que encarnaron esa política con crueldad y provocaron verdaderas tragedias en el ambiente cultural", afirma González.
La Siempreviva, que tendrá frecuencia trimestral, ha querido dejar establecido su carácter desde el primer ejemplar. "Un equilibrio entre generaciones, tendencias y estilos, sin temas ni autores prohibidos, a partir de un alto nivel de calidad", dice su director.
Nace 'La Siempreviva', revista dirigida por Reynaldo González, organizador de las últimas protestas intelectuales
MAURICIO VICENT - La Habana - 27/10/2007
En La Habana ha aparecido una nueva revista literaria. Se llama La Siempreviva y no es una publicación cultural al uso; aunque está financiada por el Ministerio de Cultura, no está adscrita formalmente a una institución oficial y no carga las tintas en el terreno ideológico.
Aunque en Cuba, ya se sabe, hasta la espeleología es política. "La revista surge con vocación de reflejar la vida literaria cubana y de estimular el debate, hoy más necesario que nunca en nuestro país y en todos los campos", afirma su director, Reynaldo González.
Narrador, ensayista y premio Nacional de Literatura, González fue uno de los iniciadores de la llamada guerra de los e-mails, una protesta de intelectuales que conmovió el mundo cultural y académico a principios de año y tuvo eco internacional. El motivo del plantón fue el rescate público en televisión de ex funcionarios vinculados a la etapa más gris de la cultura cubana, los años setenta, cuando numerosos escritores y artistas fueron marginados -y algunos expulsados de sus trabajos- debido a su homosexualidad o a no cumplir con los "parámetros revolucionarios". Aunque La Siempreviva no tiene que ver directamente con aquel cruce espontáneo de correos electrónicos, sí responde a la reclamación de espacios de debate crítico que los intelectuales cubanos demostraban con él.
Aparecida el 27 de septiembre, el número uno de la revista exalta en su artículo principal las memorias homoeróticas del pintor Raúl Martínez, quien fuera iconógrafo de la revolución, y como muchos artistas cubanos, marginado por su orientación sexual en los años setenta. El tema, aunque cada vez más asumido, sigue levantando ronchas por lo que implica de denuncia. "Ahora comienza a verse la homosexualidad con cierta mesura, pero hubo épocas terribles. A ellas se refiere en sus memorias Raúl Martínez, un artista muy querido en Cuba. Precisamente una de las causas de la protesta de los e-mails fue la resurrección de personajes que encarnaron esa política con crueldad y provocaron verdaderas tragedias en el ambiente cultural", afirma González.
La Siempreviva, que tendrá frecuencia trimestral, ha querido dejar establecido su carácter desde el primer ejemplar. "Un equilibrio entre generaciones, tendencias y estilos, sin temas ni autores prohibidos, a partir de un alto nivel de calidad", dice su director.
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APOTEOSIS AHORA
La temática, la estética y los personajes gay, conviven en el arte y la cultura de la Isla como alternativa posible, paralela, lógica y reconocible.
Joel del Río | Miami
Debido a complejos fenómenos relacionados tal vez con la insularidad, y como consecuencia sin dudas de prejuicios y malentendidos imperantes en las décadas del sesenta al ochenta, el tema homosexual vino a entronizarse en el centro del discurso artístico y literario en los años noventa y a principios del tercer milenio. Tal retraso --respecto a similares procesos que venían ejecutándose en el mundo llamado occidental-- ha implicado el consabido síndrome del desborde necesariamente afirmativo, por un lado, mientras algunos escépticos se mantienen ciegos ante las evidencias del progreso, y siguen afirmando que la cultura cubana -no sólo en la acepción relativa a la creación artística y literaria-continúa por los cauces de la negación, el estigma y la intolerancia. Afirman estos últimos que estamos en presencia de una suerte de epifanía transitoria del tema gay, explicable solo desde el silencio anterior (relativo) y desde la ausencia de rostro (también relativa) del personaje homosexual en tiempos precedentes.
"No nos equivoquemos otra vez", sugiere, casi ruega, Pablo Milanés en su canción Pecado original, a quienes quisieran escucharlo. Poco tiempo antes, Carlos Díaz irrumpía en la escena cubana versionando primero una trilogía de teatro norteamericano (Un tranvía llamado deseo, Té y simpatía, Zoológico de cristal), para después desplayar la temática homosexual, hasta entonces más o menos latente, con las sucesivas versiones de El Público, la casi irrepresentada obra de Federico García Lorca. Pero incluso antes, en 1991, ya Senel Paz había "internacionalizado" el tema del homosexual en Cuba mediante su laureado, publicado y archiconocido cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, después versionado para el cine por Tomás Gutiérrez Alea y el propio Senel en la que devendría la más popular, internacionalmente, de todas las películas cubanas, Fresa y chocolate. En una primera etapa, si así puede hablarse de sucesos graduales y complejos difíciles de enmarcar, el acercamiento venía signado por la voluntad de los creadores por cuestionar los prejuicios anuladores, la intolerancia dominante, los errores cometidos, en consonancia tal vez con el proceso que atravesaba Cuba en la segunda mitad de los años ochenta. Durante esta tardía aparición de la temática no parecía todavía posible --como se verificó poco tiempo después, ya en la segunda mitad de los años noventa-- la potenciación y validación, mediante el arte, de una sexualidad otra, diversa y al mismo tiempo igual, de un culto al erotismo y al cuerpo que tendría entre nosotros la importante componente de revalorizar ancestrales conceptos éticos, entre otros, el nexo todavía presente que se establece entre homosexualidad y patología, perversidad, sordidez.
Aunque algunos se empeñen en negarlo, Fresa y chocolate, cuya acción se sitúa en un momento impreciso de finales de los años ochenta y principios de los noventa, abrió una zanja en el valladar, vulneró barreras, cambió la faz del mejor cine cubano, y del arte nuestro por extensión, amén de que podría discutirse durante horas y semanas si su aporte trascendió o no hasta el punto de tocar el imaginario colectivo, de alterar jerarquías éticas y develar imperativos humanísticos más allá de la afirmación o la negación a ultranza. Aunque sus realizadores insistían en aclarar que no se trataba de una película sobre la homosexualidad sino sobre la necesidad del entendimiento y la reconciliación, Fresa y chocolate marcó un antes y un después no solo en el arte cubano al evidenciar artísticamente la necesidad de atender a los valores del otro, del diferente, del homosexual, del que manifiesta valores y opiniones distintas a los santificados por la mayoría. Si bien es cierto que la contraposición/reconciliación entre los extremos de la ortodoxia izquierdista y del mundo homosexual ya se había expresado en El beso de la mujer araña (obra de Manuel Puig y versión fílmica de Héctor Babenco), tampoco debe negarse que Senel y Titón le confirieron un sentido mucho más alto a la dicotomía al profundizar en los valores del personaje homosexual, aquí presentado como principio activo de la relación amistosa, y en la gradual metamorfosis del extremista, visto casi todo el tiempo como apocado, irresoluto e ignorante.
Tampoco hay que exagerar la importancia iniciática de una sola película, imposible sin la existencia de una cierta tradición. En Cuba pueden adivinarse por detrás de ciertas creaciones y autores, a coetáneos y continuadores de Wilde y de Rimbaud, de Safo y de Frida Kahlo, de Almodóvar y Fassbinder. Una popular canción de Rita Montaner, aparte del muy conocido Compay Gallo, aludían abiertamente a incidentes homosexuales, pero todavía teñidos por la pátina del prejuicio discriminador, como era de esperar en tan temprana época. Pero por solo mencionar algunos ejemplos cimeros, ceñidos al ámbito literario, muy poco se hablaba en el mundo de había avanzado el siglo XX cuando Virgilio Piñera escribía en la revista Ciclón una revisión de la poesía de Emilio Ballagas desde la perspectiva freudiana/homosexual. Desde entonces, fue difícil releer poemas de enorme significación, como Inicial del sueño, Delicia del tacto, De otro modo o Elegía sin nombre sin comprender desde otro prisma la angustia y la sensualidad de ese poeta definitivo que fuera, sigue siendo, Ballagas. Mucho han sido simplificadas y, digámoslo de una vez, burdamente interpretadas Muerte de Narciso y ciertos pasajes de Paradiso, a partir del latente o explícito homoerotismo, innegable para unos, totalmente irrelevante para otros, dado el incontenible raudal de metáforas y conceptos que paralelamente manejaba Lezama.
De todos modos no es hasta los años noventa que el arte cubano, principalmente la plástica (Raúl Martínez, Eduardo Hernández, Aisar Jalil, Umberto Peña), la fotografía y el teatro, emprenden el desmontaje del machismo y la dislocación de sus estereotipos mediante el sustento de la androginización, del culto al cuerpo, a la sexualidad hedonística y al desnudo nada escandaloso ya, que transparenta, con frecuencia, fuertes componentes homoeróticas, incorporadas al discurso de los creadores, pero sin vinculación alguna con el pecado ni con las simas morales. Mucho ha tenido que ver, por supuesto, la entronización en nuestro medio del postmodernismo con su tendencia legitimadora de las otredades y las minorías. Las mujeres-pájaro o las yemayá de Zaida del Río; el contundente retrato de los "ambientes" gays habaneros presente en la novela Máscaras, de Leonardo Padura; canciones tan populares como la mencionada de Pablo, Amar varones, de Pedro Luis Ferrer o Lola, de Moneda Dura, colocan la simpatía más o menos expresa de sus autores, el clímax emocional y la tensión afectiva en torno a la figura del hombre o mujer homosexual que se entrega a la plenitud de su opción, muy lejos de posibles concomitancias con la pornografía o con el exhibicionismo fácil.
Respecto al cine cubano, se afirma con frecuencia que Fresa y chocolate le confirió una presencia sustantiva al homosexual en nuestro cine. Y es cierto, pero tal afirmación tiembla ligeramente cuando se analiza a fondo la contribución al tema de películas precedentes como Cecilia, La bella del Alhambra y Adorables mentiras, entre otras.
La libérrima versión de Villaverde, según Humberto Solás, en 1981, contenía en el diseño del personaje de Leonardo, fuertes tintes de matiz homosexual: la ambigua relación con el amigo, el equívoco de la madre dominante e incestuosa, la irresuelta relación sexual con la mujer... Enrique Pineda Barnet, se inspiró en la novela de Miguel Barnet para homenajear al teatro vernáculo cubano, y en ese contexto, ubicó al personaje de Adolfito, el eterno "secretario" de la vedette, que la enseña a ser más femenina y sensual, y contribuye a forjar, a imagen y semejanza de cómo se ve a sí mismo, la imagen de una Rachel suprafemenina y espectacular. Entre las Adorables mentiras que aborda el filme homónimo, todo el tiempo se evidencian sospechas de relaciones homosexuales utilitarias entre algunos personajes masculinos. Como también ocurre con las insinuaciones gay, bajadas de tono, que reaparecen en Un paraíso bajo las estrellas, del mismo Gerardo Chijona. Si bien pueden localizarse algunos tímidos precedentes de Fresa y chocolate, el filme de Titón y Tabío carece por completo de continuadoras en el largometraje de ficción al menos, pues el documental y el cortometraje manifiestan otra dinámica. Las lesbianas y homosexuales que aparecen fugaces en Kleines Tropicana, Amor vertical, Lista de espera o Las noches de Constantinopla no parecen tener otra función que ponerse en sintonía con la liberalidad sexual de los tiempos que corren, siguen siendo personajes vodevilescos y caricaturizados, cuando no secundarios e intrascendentes.
De todas formas, las aguas van tomando su nivel, y la temática, la estética y los personajes gay, conviven en el arte y la cultura de la Isla como alternativa posible, paralela, lógica y reconocible, si bien pertenecen ya al pretérito los catárticos desbordamientos de la autoconfirmación vivida en fecha reciente.
El homosexualismo en la
literatura cubana
Algunas aproximaciones a un tema tabú
La Jiribilla. La Habana. 2002
A pesar de la destrucción de Sodoma por el fuego, el homosexualismo, condenado y preterido a través de los siglos por la humanidad, no deja de ser un tema como cualquier otro dentro de la vida literaria y artística del ser humano.
Marilyn Bobes|
La Habana
Desde que la mujer de Lot fuera transformada en estatua de sal por desafiar la prohibición divina de volver la vista hacia Sodoma, el homosexualismo ha sido condenado, tanto en la vida como en el arte, a la más severa de las desaprobaciones.
Sin embargo, esa variante de la sexualidad que no debe divulgar su nombre y que, a pesar de su evidencia en la naturaleza todavía se suele designar contra natura, es una circunstancia más de nuestra realidad a la que numerosos escritores de todos los tiempos y culturas han dedicado parcial o totalmente su obra.
En nuestro siglo, nombres como los de Marcel Proust, Walt Whitman, Jean Genet o Constantino Kavafis están indisolublemente ligados a un tema que, desde La Ilíada de Homero y atravesando los ardientes y desenfadados poemas de Safo, aparece representado, de manera frecuente y hasta sistemática, en el patrimonio de la literatura occidental, aún cuando el enorme peso de la Contrarreforma haya conseguido apartarlo de las letras hispánicas durante bastante tiempo, relegándolo al resbaladizo terreno de las alusiones o de la elaboración subliminal.
Ya en los albores del Renacimiento, Dante Alighiere daba cabida a los homosexuales dentro de un gran poema. Cierto que colocándolos en algún círculo del tenebroso Infierno; pero su sola inclusión en La Comedia nos ofrece un testimonio de la frecuencia de esta práctica en la vida cotidiana del Medioevo, época en la que un exaltado Savonarola, en uno de sus más famosos sermones, alentaba a los sacerdotes florentinos a acabar con el "nefando vicio", expulsando tanto a sus concubinas como a sus "muchachos imberbes".
Según algunos estudiosos, corresponde al dramaturgo inglés Christopher Marlowe la elaboración de la primera obra erótica entre hombre y hombre. Se trata de El desventurado reinado y la muerte lamentable de Eduardo II de Inglaterra, en la que se atribuye a dicho soberano el desencadenamiento de una guerra por el trivial motivo de su amor hacia el favorito Gaveston, lo mismo que en La Ilíada Agamenón había hecho contra Troya con motivo del rapto de Helena por Paris.
A finales del siglo XIX, otros escritores como Oscar Wilde o André Gide retomaron de forma enmascarada o abierta el espinoso asunto, pero no es hasta la aparición, en la primera mitad del XX, del dramaturgo, poeta y reo francés Jean Genet que el homosexual se presenta a la literatura europea con toda la valentía, la crudeza y el vigor desafiante que concedieron a este escritor la admiración y la solidaridad de personalidades como Jean Paul Sartre, Pablo Picasso y Jean Costeau, a quienes se debe no solo la excarcelación sino también la relativa aceptación de Genet por parte del público de su tiempo.
De manera casi paralela y con una historia asombrosamente similar a la de Genet, aparece en Cuba, en 1937, la novela Hombres sin mujer de Carlos Montenegro.
Montenegro, condenado a cadena perpetua por asesinato, se dio a conocer en la literatura cubana con un cuento titulado El renuevo, que obtuvo premio de la revista Carteles en 1929.
La obtención del premio motivó que un grupo de intelectuales cubanos -como después hicieran los franceses- organizara una comisión para solicitar su indulto. La petición fue escuchada y el escritor, puesto en libertad.
Algunos años después, el exconvicto publicará su más importante obra: Hombres sin mujer, para convertirse en uno de los pioneros del tema homosexual en las letras cubanas. La novela, sorprendentemente por su crudeza y realismo, es -según su propio autor advirtiera en el prólogo- un testimonio de lo vivido durante sus años de prisión.
En Hombres sin mujer el tema de la homosexualidad está, sin embargo, supeditado al de la violencia. La dura realidad de la cárcel es el contexto en que la discriminación y el sojuzgamiento del "débil" adquieren tintes inhumanos. El homosexual carcelario ocupará el lugar reservado a la mujer en el mundo "de afuera" por la mentalidad machista y se convertirá no solamente en un objeto de deseo, sino en el sujeto sobre el que se ejercen las más inverosímiles humillaciones.
Hay, por tanto, en el relato de Montenegro, una cierta visión compadecida para ese elemento de la sociedad que es el homosexual, a quién se concede en el texto una posibilidad de reivindicación humana cuando, de acusado, pasa a ser acusador, sólo en virtud de su destino trágico.
Sin embargo, una década antes de que Montenegro abordara el personaje de la Morita en Hombres sin mujer, había aparecido en Madrid, en una edición de reducida tirada, una obra hoy casi desconocida de otro importante novelista cubano, Alfonso Hernández Catá que, con el título de El ángel de Sodoma, constituye, sin duda alguna, el primer texto de temática francamente homosexual de la literatura cubana.1
La novela de Hernández Catá intenta apresar la agonía íntima de un hombre cuya integración social dentro de los paradigmas de "respetabilidad" se ve amenazada por una irrefrenable inclinación homoerótica.
José María, cuyas secretas inclinaciones no son conocidas por los familiares y las persones que lo rodean, es dibujado como el estereotipo del afeminado, y sus principales esfuerzos se encaminarán a "reformar" tanto desde el punto de vista físico como psicológico, lo que hay en él de mujer. "Si la naturaleza o Dios o Satán -se dice a sí mismo- iban a hacerme mujer y, cuando ya estaban puestos los cimientos se arrepintieron y echaron de mala gana arcilla de hombre, ¿qué he de hacer yo?"
De esta manera, Hernández Catá reivindica en su texto, como es casi habitual en la tradición española sobre el tema, al homosexual como supuesto accidente de la naturaleza, y establece una distancia y una diferencia moral entre éste y aquél "vicioso, un vil caído por la lujuria en la renegación del sexo".
La misma posición asumiría algunos años después el poeta Federico García Lorca, con la publicación de su extraordinaria Oda a Walt Whitman, en la que describía a "los maricas turbios de lágrimas, carne para fusta, bota o mordisco de los domadores".
El poema de Lorca se cuidaba también de distinguir entre dos tipos de homosexuales, y acepta sólo a aquellos que viven su erotismo con culpa, sufrimiento y silencio, pero constituye, junto a la obra de Hernández Catá y la de Montenegro, otro gran documento precursor de la defensa del homosexual en la literatura de lengua española.
La poesía cubana, no cuenta por su parte, en esa época, con un autor capaz de potenciar el tema hasta sus últimas consecuencias. No obstante, en la obra de Emilio Ballagas es posible distinguir un tímido y apenas disimulado acercamiento que se refleja en textos como Elegía sin nombre (con sus reveladoras citas de Whitman y Cernuda) o el arrepentimiento y culpabilidad inexplicables -si no apelamos a una lectura homosexual- de su poema Declara qué cosa sea amor.
Otros textos de Ballagas como De otro modo, donde se solicita una inversión de los términos de la vida -"si las cosas de frente se volvieran de espaldas"-, sugieren así mismo un hondo dolor proveniente de la imposibilidad de culminación de cierto tipo de amor que choca con un orden social o humano "fijo desde los siglos". Estas interpretaciones, por otra parte, escapan a la simple especulación crítica tras el reciente hallazgo y publicación por el poeta y periodista Bladimir Zamora de algunos inéditos de Ballagas donde el tema del homosexualismo es tratado de una manera explícita.
En la novela, habrá que esperar unos treinta años después de Hernández Catá y de Montenegro para que la homosexualidad vuelva a preocupar a otro escritor cubano. Y esta vez el tema será abordado con tal magisterio, profundidad y significación, que resulta difícil para la crítica deslindar hasta dónde el asunto se convierte en una metáfora más entre las muchísimas que se ofrecen a la lectura de Paradiso, esa obra maestra de José Lezama Lima.
Efectivamente, el famoso capítulo VIII de la novela de Lezama, a pesar de su crudeza descriptiva, constituye, más que un regodeo estético en la erótica de una relación homosexual, una metáfora de conocimiento. Pero es indiscutible que, a lo largo de Paradiso, la homosexualidad, como tema de reflexión, ocupe un lugar nada desestimable, extendiéndose incluso a lo que iba a ser la segunda parte de esta obra monumental: los apuntes inconclusos que se reunieron bajo el título de Opiano Licario.
No es en el capítulo VIII de Paradiso, sino en el IX, donde el tema de la homosexualidad es ampliamente diseccionado por la capacidad omnisciente de Lezama. A raíz del descubrimiento del episodio sodomítico de Baena Albornoz, se produce una extensa conversación entre Fronesis, Foción y Cemí en la que se analiza dicha variante de la sexualidad tanto desde el punto de vista teológico como psicológico y cultural.
Para Lezama, es evidente que -al igual que para Fronesis-, que "el sexo es como la poesía, materia concluyente, no problemática". Por eso, la cuestión es abordada con un gran desapasionamiento filosófico. "La grandeza del hombre -expresa uno de los personajes- consiste en que puede asimilar lo que le es desconocido". "Asimilar, en la profundidad -dice Lezama-, es dar respuesta".
En dicho capítulo se analiza también la presencia del tema desde el punto de vista cultural, tanto en el mito como en la música o en la literatura, pasando por los casos del Conde de Villamediana, el enmascaramiento de un Casanova o el llamado sincretismo de un Gide.
No creería equivocarme si afirmo que es Paradiso, junto a la inconclusa Opiano Licario, la novela cubana que más profunda y desprejuiciadamente ha asumido la problemática del homosexualismo, liberándolo tanto de sus aspectos morbosos como de la sociología que pretende convertirlo en una definición política antes que individual.
Tal es el lamentable caso de un escritor como Reinaldo Arenas, quién convierte su testimonio Antes que anochezca en un alegato político donde la relación erótica se banaliza y se reduce a una suerte de persecución del placer cruelmente castigada por las instituciones y que parece, en sus historias, socialmente aceptada y permitida por los miembros de la comunidad.
Este último aspecto se pone de relieve en su relato Viaje a La Habana, donde la tragedia del protagonista se reduce a la sanción de que es objeto por un tribunal tras haber sostenido relaciones sexuales con un menor. Los demás personajes del cuento, incluida la esposa, parecen entender y admitir el hecho del modo más natural. El narrador llega hasta el extremo de referir una relación homoerótica entre padre e hijo, provocada por este último sin el menor escrúpulo y sin que el hecho adquiera para ambos la menor importancia afectiva o emocional.
Paradójicamente en libros anteriores de Arenas, donde la inclinación sexual de los protagonistas no está tácitamente declarada, este autor consigue un alto nivel de sensibilidad y se dan en ellos algunas importantes claves de la sociología homosexual infantil, aunque el concepto no aparezca concientemente formulado. Recordemos al respecto sus conmovedores libros Celestino antes del alba y El palacio de las blanquísimas mofetas, donde la niñez y adolescencia del "distinto" se nos revelan en toda su tragedia vital.
En una cuerda muy cercana a la de Arenas, pero de signo contrario, se encuentra un reciente relato de Senel Paz que lleva por título El bosque, el lobo y el hombre nuevo. En ese texto se enfoca también, aunque de un modo bien diferente, el tema de la intolerancia de las instituciones a la incorporación del homosexual a la sociedad. Lo que sucede es que, a diferencia de Arenas, Paz encuentra el origen de dicha intolerancia "oficial" en el reflejo de una conciencia colectiva.
Su personaje, el militante de la Juventud Comunista, David, rechaza por convicción el homosexualismo. Tiene prejuicios frente a él. Por otra parte, la conducta, en cierto sentido provocadora, de Diego, el homosexual, tiene también sus raíces en una reacción ante la discriminación de que es objeto.
Si Diego no logra la aceptación social se debe, sobre todo, a los prejuicios que prevalecen en la conciencia individual de sus contemporáneos. Estas conciencias determinan, por supuesto, el otro y más peligroso rechazo, el "institucional", puesto que las instituciones están integradas por individuos que con sus criterios subjetivos influyen y participan en las determinaciones generales.
Las pretensiones ideológicas del cuento de Senel Paz no son, como en el caso de las memorias y algunos relatos de Arenas, las de "politizar" un conflicto que nos ha sido legado por una tradición cultural de rechazo al homosexualismo, sino la de sensibilizar a todas las esferas de la sociedad, incluida la política, contra el absurdo de la discriminación a una preferencia sexual.
La aparición, en los últimos años, del tema homosexual dentro de la literatura cubana, indica que la cortina de silencio extendida tradicionalmente sobre el asunto empieza a ser descorrida.
Entre las muestras más logradas de nuestra literatura joven pudieran citarse los cuentos Mi prima Amanda, de Miguel Mejides; El cazador, de Leonardo Padura, y Por qué llora Leslie Caron, de Roberto Urías. Dichas narraciones (la primera explora el mundo del homosexualismo femenino, más tabú, si es posible, que el masculino) constituyen serias reflexiones sobre un tema difícil, escabroso y hasta cierto punto conflictivo en nuestras letras y en nuestras sociedades.
En cuanto a la poesía, un género que dadas sus características contemporáneas se presta menos a una lectura de este tipo que la prosa, debemos mencionar el dramático y brillante texto de Norge Espinoza, Vestido de novia, cuya valentía expositiva y valores formales lo sitúan entre lo mejor escrito en nuestro país al respecto.
En junio de 1990, la revista cubana Unión publicó algunas páginas autobiógraficas de otro gran maestro de la literatura cubana: Virgilio Piñera. En ellas el escritor relata el descubrimiento de su condición homosexual con un discurso lleno de poesía, naturalidad e inteligencia. Quizás la aparición de una autobiografía íntegra de Piñera proporcione un nuevo enriquecimiento a una temática que el autor de los Cuentos fríos nunca trató abiertamente en su obra.
Antes de finalizar, no podemos dejar de referirnos a la obra poco conocida dentro de nuestro país, pero esplendorosa y capital, de Severo Sarduy. En ella, el trasvestismo, más que el homosexualismo, constituye el motivo central. Sus personajes, algunos de ellos homosexuales que se asumen como mujeres, están llenos de una cubanía marginal en la que asoman giros, expresiones y sintaxis de la jerga homoerótica cubana.
A todos los mencionados debe añadirse además un texto aparecido en la revista española Quimera, en diciembre de 1982, que con la firma de Calvert Casey fue traducido, del inglés al español, por Rafael Martínez Nadal.
El texto, titulado Piazza Margana2, parece ser el único capítulo salvado por Casey de una novela destruida, y constituye un bellísimo testamento lírico y erótico de declarada filiación homosexual. Fue redactado originalmente en inglés -lengua materna del autor quien, como se recordará, nació en los Estados Unidos- y algunos críticos han querido ver en este hecho un síntoma de pudor ante una declaración "demasiado comprometedora" para ser divulgada en la lengua que el escritor eligió.
A pesar de la destrucción de Sodoma por el fuego, el homosexualismo, condenado y preterido a través de los siglos por la humanidad, no deja de ser un tema como cualquier otro dentro de la vida literaria y artística del ser humano. Teorías científicas recientes lo clasifican como una variante de la sexualidad humana y las viejas fórmulas que lo relegaban al terreno de las aberraciones van cediendo paso a otras de mayor tolerancia.
En nuestro país, como en muchos otros, especialmente latinoamericanos, donde la resistencia a asumirlo ha traído dolorosas consecuencias discriminatorias que han provocado el sufrimiento de esa minoría de seres humanos, la literatura sobre el tema bien puede ser un buen ejercicio para aprender a convivir con ese modo de entender la sexualidad que no por anormal (fuera de la norma) resulta ajeno a la naturaleza humana.
Notas:
1 El descubrimiento de la novela El ángel de Sodoma de Hernández Catá como pionera del tema homosexual en la literatura cubana, se debe al poeta e investigador Víctor Fowler, quien tiene en preparación un largo ensayo sobre el tema.
2 El texto de Calvert Casey fue facilitado a la autora de este trabajo también por Víctor Fowler.
*Texto publicado en Revolución y Cultura, 5/1993
EL SILENCIO DE LOS CARNEROS
Por Roberto Luque Escalona
La Nueva Cuba (16 Junio 2006)
(...)Está el caso de Reynaldo Arenas. Si, muy perseguido, pero, ¿cuándo? En los 60', mientras tantos penaban en la UMAP, Arenas disfrutaba de un "nido de amor" junto con Raúl Martínez (el pintor, no el ex alcalde de Hialeah) en un edificio aledaño a la Casa de las Américas y propiedad de esa institución, entonces dirigida por Haydée Santamaría. ¿Por qué se le persiguió después? ¿Por homosexual? No. Por haber enviado al exterior su novela El mundo alucinante, más bien por hacerlo sin permiso y por negarse a escribir eso que llaman "realismo socialista". El homosexualismo fue el pretexto.
Paradójicamente, mientras tantos escritores "machos" se prestaban a servir a la tiranía, mientras Lisandro Otero, Norberto Fuentes, Roberto Fernández Retamar, Jesús Diáz y otros se convertían en prostitutas literarias, Virgilio Piñera y Reynaldo Arenas, homosexuales de vida sórdida, se negaron a prostituir su talento. Los únicos que tuvieron eso que llaman un comportamiento varonil, literariamente hablando, fueron Lezama, a quienes algunos tachan de homosexual, y Piñera y Arenas, cuya homosexualidad está más allá de toda duda.(...)
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