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Tengo algo que contarte
Desconcierto, angustia, decepción, deseo de protegerlos y de luchar contra la discriminación que los pueda lastimar. Cómo reaccionan y aceptan esa realidad los padres cuyos hijos se animan a decirles: "Soy gay".
Lo ricas que estaban esas rabas que habían pedido era el comentario principal hasta que Gastón S., 20 años, le dijo a su mamá que era gay. La confitería de Belgrano siguió con sus ruidos, pero a ellos les pareció que, de repente, todos se habían callado.
De alguna manera, Laura, su mamá, escuchó lo que hacía tiempo esperaba que el mayor de sus hijos, por fin, dijera en voz alta. Nunca presionó ni averiguó más de lo que él quisiera insinuar. "Lo único que me entristeció en ese momento fue escuchar: 'Sé que esto no es lo que esperabas de mí'. Porque supuse que Gastón no terminaba de asumir su homosexualidad y que estaría sufriendo", confiesa Laura, cuatro meses después de aquel almuerzo revelador. Su hijo siempre marcó sus propios tiempos sin dejar que nadie se metiera a husmear más de lo debido. Por eso, Laura se alegró que hubiera llegado el momento esperado. A lo mejor, ayudó que él se mudara a Buenos Aires para estudiar en la facultad. Porque la ciudad donde vive la familia, aunque grande, "no deja de funcionar como un infierno de miradas", comenta el chico. Tampoco le urge hablarlo con su papá: "Al decírselo a mi mamá, sentí que el tema ya fue".
A los 16, tuvo su primer enamoramiento no correspondido con un varón. "Pensé que tenía una enfermedad de la que me tenía que curar", se ríe. Y lo primero que hizo para sacarse de la cabeza al pibe que le hacía cosquillas en el estómago fue ponerse de novio con una compañera del colegio. No resultó. Ni fu ni fa. "Siempre estuve sereno, nunca me deprimí. Y tampoco buscaba tener sexo con cualquier pibe. No era eso lo que quería. De hecho, no tengo amigos gays. Mis amigos son todos heterosexuales. No me interesa encerrarme en un ambiente."
Gastón se sintió aliviado con la respuesta de su mamá porque durante mucho tiempo cargó con el temor de que sus padres "me dieran una patada y me dejaran en banda". Eso a su mamá, ni se le cruzó por la cabeza: "Es mi hijo, lo que más amo en la vida. ¿Cómo voy a lastimarlo de esa manera?". Pero no soporta la idea de que otros sí lo discriminen, algo que a él no lo inquieta tanto como toparse con ciertos límites: "A veces me duele no poder ir de la mano con mi pareja por la calle o no poder besarnos en un lugar público".
Salvo los padres que ejercen una cierta militancia acompañando a sus hijos, el resto de los consultados por Viva pidió reserva de identidad. No porque le den la espalda a la situación, sino para proteger a sus propios hijos de la homofobia que todavía sigue latente en nuestra sociedad. Irma Fischer es una de las que hace ya 10 años salió a dar la cara, cuando la confesión de la homosexualidad de su hijo varón provocó en ella un giro inesperado. Irma es una alemana de buen pasar que vive en la zona norte. Para ella, ser gay o lesbiana eran cosas que le pasaban a los otros, no a su familia. Pero un día, esa indiferencia sufrió un cimbronazo. Fue cuando Alfredo, su hijo, que anda por los 35 años, le dijo que era gay. "Fue un golpe tan duro que me enfermé. Mi mundo se había venido abajo."
Alfredo había emigrado a Alemania y en uno de los viajes de su mamá, decidió contarle la verdad. "Me habló como una hora seguida. Pero yo estaba muda, shockeada, caminaba de un lado a otro como una leona enjaulada", rebobina. No escuchó palabras. No había explicaciones posibles. Entonces, Alfredo le dejó sobre la mesita de luz una revista del Centro Nacional de Educación para la Salud de Colonia, Alemania, dirigida a padres de hijos gays.
Irma sentía que había perdido su hijo, y en medio de ese infierno, como un último manotazo, leyó durante la noche entera esa revista. "Me di cuenta de que entraba a un mundo desconocido. Supe que los gays no son personas anormales ni enfermas, sino que tienen una orientación sexual distinta y que por sobre todo, necesitan la comprensión y el amor de su familia." No se quedó quieta. Y dado que la situación no tenía retorno, "se generó en mí un fuerte deseo de ayudar a otros homosexuales y asus familias".
Ese fue el comienzo de la Agrupación de Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gays, que fundó junto a una mamá de una chica lesbiana, cuyos propósitos quedaron plasmados en la servilleta de una confitería. La agrupación –que a fines de setiembre cumplió 10 años– funciona como un grupo de autoayuda. En todo este tiempo pasaron decenas de familias buscando un espacio donde descargar angustias, dudas, temores: "Y hemos escuchado de todo –comenta Irma–. Hubo padres que dijeron hubiera preferido que mi hijo tuviera cáncer o que se hubiera muerto. Eran situaciones muy difíciles pero la mayoría salió adelante."
Eso sí, antes de darse a conocer públicamente, Irma reunió a sus íntimas amigas a tomar el té para decirles lo que iba a hacer. "Hubo reacciones muy curiosas, desde Ay, qué bueno, hasta Qué suerte que no me tocó a mí." Y este año, en su último viaje a Alemania, dio un paso más, que le costó horrores pero que pasó airosa: conoció a la pareja de Alfredo. "Creo que no tendré problemas de convivir con ellos cuando regrese a visitarlos", sonríe.
SALIR DEL CLOSET
La primera reacción de José G. cuando se enteró que su hija Noelia, de 25 años, era lesbiana fue abrazarla, decirle que la amaba y llenarle la cara de besos. "Uno siente que el mundo se cae. Se desploma eso que supuestamente es la 'normalidad'. Como padre uno no tiene incorporado el concepto de gay su vida; y si lo tiene, es en forma de prejuicio", admite.
Con su mujer, Ana, se incorporaron al grupo de padres y fueron haciendo su coming out, como ellos denominan; su propio salir del closet. "Los otros papás nos ayudaron mucho en momentos muy difíciles. Porque es innegable que algo se quiebra en la familia y lo que no queríamos era que el núcleo familiar se rompiera. Me aterraba la idea de perder a Noelia." Ana, su mujer, admite que le llevó tiempo reponerse. Aunque la noticia le cayó como un rayo, algo había empezado a sospechar pero a sus preguntas, Noelia respondía con silencios filosos. Hasta que estuvieron cara a cara. "Sentí que había fallado en su educación, que le había dado demasiada libertad. Me eché culpas. Estaba desesperada." Tanto que su vida se focalizó sólo en Noelia: "Todo lo demás, incluido mi otro hijo, pasó a un segundo plano".
Recién cuando pudo encontrarse con otros padres en su misma situación, sintió que la angustia se disipaba. Aunque el efecto fue encontrarse con los hijos que hacían junto a sus padres ese coming out. "Conocerlos, hablar con ellos, escuchar sus historias, me hizo dar cuenta de que todo lo que yo tenía adentro mío eran fantasmas. Pero, sobre todo, comprendí un poco más a mi hija." Su marido, José, considera que el tiempo fue el mejor aliado: "Cuando uno asume la realidad, empieza a caminar más firme".
Graciela N. es la mamá de Manuel, de 27 años. Nunca pensó que las cargadas que escuchaba en su trabajo hacia los gays la tocarían tan de cerca. Hasta que su planeta pareció explotar en mil pedazos una noche cuando Manuel le reveló que era gay. "Me derrumbé –simplifica Graciela–. Fue el comienzo de tiempos muy duros, de mucha confusión y tuve la difícil tarea de tener que comuncárselo a mi marido y a mis otros hijos." La primera reacción fue que Manuel hiciera terapia.
Hoy lo recuerda como una barbaridad. "No sólo porque era un chico re-sano, sino porque el psicólogo nos dijo que Manuel estaba como jugando un partido de fútbol cuyo resultado no estaba definido. Eso fue como alentarnos a rezar para que el partido termine a favor o en contra, cuando en realidad, estaba todo definido."
CONFESIONES EN EL BONDI
Si algo tuvo de original el anuncio de Nicolás R., 37 años, fue que lo dijo arriba de un colectivo. Y su mamá, Magdalena, por esos vericuetos defensivos de la psiquis, no escuchó. Pero sí acusó recibo al regresar a casa. Nicolás tenía 19 años.
"Con sólo pensar cuál iba a ser su reacción demoré en decírselo. Y no me equivoqué: tengo la imagen de ella tirada en el baño, abrazada a la bañadera, llorando. Para mí estuvo así como una semana." Madre e hijo se ríen con la anécdota. Pero nada era sencillo: hijo único, con un padre ausente, una educación católica férrea, muchos mandatos puestos en juego sobre él que de pronto estallaban. "Yo entendí a mi vieja. Su mayor temor era perderme y sintió que me perdía de la peor forma: con otro hombre." Magdalena acepta que se hirieron demasiado. "Estuvimos ocho años sin hablarnos aunque vivíamos en la misma casa. Toda mi angustia pasaba porque no había sido educada para esa situación. Yo tenía otra estructura: él tenía que casarse y tener sus hijos."
Aunque Nicolás no tenía dudas de que sus fantasías sexuales iban en esa dirección, aun así confiesa que "me llevó bastante tiempo entender si estaba contento con esto, si era lo que me gustaba, si podía seguir mi vida igual". La respuesta fue que podía. De hecho, con su actual pareja no pierden las esperanzas de adoptar y conformar una familia. Y Magdalena se regodea con la idea de ser abuela.
"En el único lugar donde no hablé mi homosexualidad fue en el trabajo. Simplemente, porque vivimos en una sociedad homofóbica donde ser heterosexual es lo que debe ser", aclara Nicolás. Sin que eso le quite el sueño.
Ismael e Irma Cigliutti son los papás de César, de 49, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Ismael, 80 años, un teniente coronel retirado del Ejército que maneja una fina ironía. Irma, de 77, alma mater, tiene la risa fácil. Tuvieron cuatro hijos, varios nietos. Ismael e Irma coinciden en que se daban cuenta de que César era gay pero ninguno se lo decía al otro. Secretos difíciles de guardar para gente que se asume unida y muy familiera. "No hubo un instante determinado, todo se dio naturalmente", resume Ismael. Y sigue: "No hicimos escándalos, ni pusimos el grito en el cielo. Lo tomamos como tiene que ser".
César agrega algunas señales que dejaba por el camino. "Cuando empecé a andar por el ambiente gay, un domingo, en el almuerzo, donde nos contábamos todo yo dije: 'No hablo más de mi intimidad'. Otro día largué: 'No me voy a casar con una mujer'." Nadie preguntó nada. Pero se le quiebra la voz, cuando recuerda una charla con Ismael: Me dijo las mejores palabras que yo podía haber escuchado: 'Sos mi hijo y yo te amo'." El momento más doloroso vino cuando César se enfermó de sida y había decidido no tratarse. "Para todos fue un tiempo de mucho sufrimiento. Los hermanos le pidieron que si no lo hacía por él, al menos, que se tratara por nosotros", lagrimea Irma.
Pero el tiempo, también, trajo sonrisas. Las que surgen recordando el día de la unión civil de César con Marcelo, su pareja. La primera que se realizaba en el país y en toda Latinoamérica. "A Marcelo lo queremos como un hijo más", sostienen Ismael e Irma.
DE ESO NO SE HABLA
Hay familias que toleran pero no admiten la homosexualidad de un hijo. Es el caso de Analía G., de 32 años. Cuando se fue a vivir con su actual pareja, otra mujer, la casa paterna fue un revuelo solapado. Ni el padre ni la madre ni el hermano dijeron nada, pero la desaprobación se percibía en el aire.
Norma, su mamá, asegura que fue y es mejor así: no hablan del tema. No quiere enterarse, no quiere saber. Tampoco va a mostrale malos modos a la pareja de su hija. "Pueden venir a casa, estar con nosotros, con tal que no se besen ni se abracen delante nuestro o de mis nietos", limita. Y así, Analía evita reuniones familiares o va sola a los cumpleaños. "No sé qué proceso estaremos haciendo como familia. Creo que cada uno hace lo que puede. Simplemente, se lo tragaron."
La decisión, la aceptación, el deseo. El salir del closet. Un jardín de pasiones con senderos que se bifurcan.
(Αναδημοσίευση από την εφημερίδα της Αργεντινής Clarín 3-12-2006)
Tengo algo que contarte
Desconcierto, angustia, decepción, deseo de protegerlos y de luchar contra la discriminación que los pueda lastimar. Cómo reaccionan y aceptan esa realidad los padres cuyos hijos se animan a decirles: "Soy gay".
Lo ricas que estaban esas rabas que habían pedido era el comentario principal hasta que Gastón S., 20 años, le dijo a su mamá que era gay. La confitería de Belgrano siguió con sus ruidos, pero a ellos les pareció que, de repente, todos se habían callado.
De alguna manera, Laura, su mamá, escuchó lo que hacía tiempo esperaba que el mayor de sus hijos, por fin, dijera en voz alta. Nunca presionó ni averiguó más de lo que él quisiera insinuar. "Lo único que me entristeció en ese momento fue escuchar: 'Sé que esto no es lo que esperabas de mí'. Porque supuse que Gastón no terminaba de asumir su homosexualidad y que estaría sufriendo", confiesa Laura, cuatro meses después de aquel almuerzo revelador. Su hijo siempre marcó sus propios tiempos sin dejar que nadie se metiera a husmear más de lo debido. Por eso, Laura se alegró que hubiera llegado el momento esperado. A lo mejor, ayudó que él se mudara a Buenos Aires para estudiar en la facultad. Porque la ciudad donde vive la familia, aunque grande, "no deja de funcionar como un infierno de miradas", comenta el chico. Tampoco le urge hablarlo con su papá: "Al decírselo a mi mamá, sentí que el tema ya fue".
A los 16, tuvo su primer enamoramiento no correspondido con un varón. "Pensé que tenía una enfermedad de la que me tenía que curar", se ríe. Y lo primero que hizo para sacarse de la cabeza al pibe que le hacía cosquillas en el estómago fue ponerse de novio con una compañera del colegio. No resultó. Ni fu ni fa. "Siempre estuve sereno, nunca me deprimí. Y tampoco buscaba tener sexo con cualquier pibe. No era eso lo que quería. De hecho, no tengo amigos gays. Mis amigos son todos heterosexuales. No me interesa encerrarme en un ambiente."
Gastón se sintió aliviado con la respuesta de su mamá porque durante mucho tiempo cargó con el temor de que sus padres "me dieran una patada y me dejaran en banda". Eso a su mamá, ni se le cruzó por la cabeza: "Es mi hijo, lo que más amo en la vida. ¿Cómo voy a lastimarlo de esa manera?". Pero no soporta la idea de que otros sí lo discriminen, algo que a él no lo inquieta tanto como toparse con ciertos límites: "A veces me duele no poder ir de la mano con mi pareja por la calle o no poder besarnos en un lugar público".
Salvo los padres que ejercen una cierta militancia acompañando a sus hijos, el resto de los consultados por Viva pidió reserva de identidad. No porque le den la espalda a la situación, sino para proteger a sus propios hijos de la homofobia que todavía sigue latente en nuestra sociedad. Irma Fischer es una de las que hace ya 10 años salió a dar la cara, cuando la confesión de la homosexualidad de su hijo varón provocó en ella un giro inesperado. Irma es una alemana de buen pasar que vive en la zona norte. Para ella, ser gay o lesbiana eran cosas que le pasaban a los otros, no a su familia. Pero un día, esa indiferencia sufrió un cimbronazo. Fue cuando Alfredo, su hijo, que anda por los 35 años, le dijo que era gay. "Fue un golpe tan duro que me enfermé. Mi mundo se había venido abajo."
Alfredo había emigrado a Alemania y en uno de los viajes de su mamá, decidió contarle la verdad. "Me habló como una hora seguida. Pero yo estaba muda, shockeada, caminaba de un lado a otro como una leona enjaulada", rebobina. No escuchó palabras. No había explicaciones posibles. Entonces, Alfredo le dejó sobre la mesita de luz una revista del Centro Nacional de Educación para la Salud de Colonia, Alemania, dirigida a padres de hijos gays.
Irma sentía que había perdido su hijo, y en medio de ese infierno, como un último manotazo, leyó durante la noche entera esa revista. "Me di cuenta de que entraba a un mundo desconocido. Supe que los gays no son personas anormales ni enfermas, sino que tienen una orientación sexual distinta y que por sobre todo, necesitan la comprensión y el amor de su familia." No se quedó quieta. Y dado que la situación no tenía retorno, "se generó en mí un fuerte deseo de ayudar a otros homosexuales y asus familias".
Ese fue el comienzo de la Agrupación de Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gays, que fundó junto a una mamá de una chica lesbiana, cuyos propósitos quedaron plasmados en la servilleta de una confitería. La agrupación –que a fines de setiembre cumplió 10 años– funciona como un grupo de autoayuda. En todo este tiempo pasaron decenas de familias buscando un espacio donde descargar angustias, dudas, temores: "Y hemos escuchado de todo –comenta Irma–. Hubo padres que dijeron hubiera preferido que mi hijo tuviera cáncer o que se hubiera muerto. Eran situaciones muy difíciles pero la mayoría salió adelante."
Eso sí, antes de darse a conocer públicamente, Irma reunió a sus íntimas amigas a tomar el té para decirles lo que iba a hacer. "Hubo reacciones muy curiosas, desde Ay, qué bueno, hasta Qué suerte que no me tocó a mí." Y este año, en su último viaje a Alemania, dio un paso más, que le costó horrores pero que pasó airosa: conoció a la pareja de Alfredo. "Creo que no tendré problemas de convivir con ellos cuando regrese a visitarlos", sonríe.
SALIR DEL CLOSET
La primera reacción de José G. cuando se enteró que su hija Noelia, de 25 años, era lesbiana fue abrazarla, decirle que la amaba y llenarle la cara de besos. "Uno siente que el mundo se cae. Se desploma eso que supuestamente es la 'normalidad'. Como padre uno no tiene incorporado el concepto de gay su vida; y si lo tiene, es en forma de prejuicio", admite.
Con su mujer, Ana, se incorporaron al grupo de padres y fueron haciendo su coming out, como ellos denominan; su propio salir del closet. "Los otros papás nos ayudaron mucho en momentos muy difíciles. Porque es innegable que algo se quiebra en la familia y lo que no queríamos era que el núcleo familiar se rompiera. Me aterraba la idea de perder a Noelia." Ana, su mujer, admite que le llevó tiempo reponerse. Aunque la noticia le cayó como un rayo, algo había empezado a sospechar pero a sus preguntas, Noelia respondía con silencios filosos. Hasta que estuvieron cara a cara. "Sentí que había fallado en su educación, que le había dado demasiada libertad. Me eché culpas. Estaba desesperada." Tanto que su vida se focalizó sólo en Noelia: "Todo lo demás, incluido mi otro hijo, pasó a un segundo plano".
Recién cuando pudo encontrarse con otros padres en su misma situación, sintió que la angustia se disipaba. Aunque el efecto fue encontrarse con los hijos que hacían junto a sus padres ese coming out. "Conocerlos, hablar con ellos, escuchar sus historias, me hizo dar cuenta de que todo lo que yo tenía adentro mío eran fantasmas. Pero, sobre todo, comprendí un poco más a mi hija." Su marido, José, considera que el tiempo fue el mejor aliado: "Cuando uno asume la realidad, empieza a caminar más firme".
Graciela N. es la mamá de Manuel, de 27 años. Nunca pensó que las cargadas que escuchaba en su trabajo hacia los gays la tocarían tan de cerca. Hasta que su planeta pareció explotar en mil pedazos una noche cuando Manuel le reveló que era gay. "Me derrumbé –simplifica Graciela–. Fue el comienzo de tiempos muy duros, de mucha confusión y tuve la difícil tarea de tener que comuncárselo a mi marido y a mis otros hijos." La primera reacción fue que Manuel hiciera terapia.
Hoy lo recuerda como una barbaridad. "No sólo porque era un chico re-sano, sino porque el psicólogo nos dijo que Manuel estaba como jugando un partido de fútbol cuyo resultado no estaba definido. Eso fue como alentarnos a rezar para que el partido termine a favor o en contra, cuando en realidad, estaba todo definido."
CONFESIONES EN EL BONDI
Si algo tuvo de original el anuncio de Nicolás R., 37 años, fue que lo dijo arriba de un colectivo. Y su mamá, Magdalena, por esos vericuetos defensivos de la psiquis, no escuchó. Pero sí acusó recibo al regresar a casa. Nicolás tenía 19 años.
"Con sólo pensar cuál iba a ser su reacción demoré en decírselo. Y no me equivoqué: tengo la imagen de ella tirada en el baño, abrazada a la bañadera, llorando. Para mí estuvo así como una semana." Madre e hijo se ríen con la anécdota. Pero nada era sencillo: hijo único, con un padre ausente, una educación católica férrea, muchos mandatos puestos en juego sobre él que de pronto estallaban. "Yo entendí a mi vieja. Su mayor temor era perderme y sintió que me perdía de la peor forma: con otro hombre." Magdalena acepta que se hirieron demasiado. "Estuvimos ocho años sin hablarnos aunque vivíamos en la misma casa. Toda mi angustia pasaba porque no había sido educada para esa situación. Yo tenía otra estructura: él tenía que casarse y tener sus hijos."
Aunque Nicolás no tenía dudas de que sus fantasías sexuales iban en esa dirección, aun así confiesa que "me llevó bastante tiempo entender si estaba contento con esto, si era lo que me gustaba, si podía seguir mi vida igual". La respuesta fue que podía. De hecho, con su actual pareja no pierden las esperanzas de adoptar y conformar una familia. Y Magdalena se regodea con la idea de ser abuela.
"En el único lugar donde no hablé mi homosexualidad fue en el trabajo. Simplemente, porque vivimos en una sociedad homofóbica donde ser heterosexual es lo que debe ser", aclara Nicolás. Sin que eso le quite el sueño.
Ismael e Irma Cigliutti son los papás de César, de 49, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Ismael, 80 años, un teniente coronel retirado del Ejército que maneja una fina ironía. Irma, de 77, alma mater, tiene la risa fácil. Tuvieron cuatro hijos, varios nietos. Ismael e Irma coinciden en que se daban cuenta de que César era gay pero ninguno se lo decía al otro. Secretos difíciles de guardar para gente que se asume unida y muy familiera. "No hubo un instante determinado, todo se dio naturalmente", resume Ismael. Y sigue: "No hicimos escándalos, ni pusimos el grito en el cielo. Lo tomamos como tiene que ser".
César agrega algunas señales que dejaba por el camino. "Cuando empecé a andar por el ambiente gay, un domingo, en el almuerzo, donde nos contábamos todo yo dije: 'No hablo más de mi intimidad'. Otro día largué: 'No me voy a casar con una mujer'." Nadie preguntó nada. Pero se le quiebra la voz, cuando recuerda una charla con Ismael: Me dijo las mejores palabras que yo podía haber escuchado: 'Sos mi hijo y yo te amo'." El momento más doloroso vino cuando César se enfermó de sida y había decidido no tratarse. "Para todos fue un tiempo de mucho sufrimiento. Los hermanos le pidieron que si no lo hacía por él, al menos, que se tratara por nosotros", lagrimea Irma.
Pero el tiempo, también, trajo sonrisas. Las que surgen recordando el día de la unión civil de César con Marcelo, su pareja. La primera que se realizaba en el país y en toda Latinoamérica. "A Marcelo lo queremos como un hijo más", sostienen Ismael e Irma.
DE ESO NO SE HABLA
Hay familias que toleran pero no admiten la homosexualidad de un hijo. Es el caso de Analía G., de 32 años. Cuando se fue a vivir con su actual pareja, otra mujer, la casa paterna fue un revuelo solapado. Ni el padre ni la madre ni el hermano dijeron nada, pero la desaprobación se percibía en el aire.
Norma, su mamá, asegura que fue y es mejor así: no hablan del tema. No quiere enterarse, no quiere saber. Tampoco va a mostrale malos modos a la pareja de su hija. "Pueden venir a casa, estar con nosotros, con tal que no se besen ni se abracen delante nuestro o de mis nietos", limita. Y así, Analía evita reuniones familiares o va sola a los cumpleaños. "No sé qué proceso estaremos haciendo como familia. Creo que cada uno hace lo que puede. Simplemente, se lo tragaron."
La decisión, la aceptación, el deseo. El salir del closet. Un jardín de pasiones con senderos que se bifurcan.
(Αναδημοσίευση από την εφημερίδα της Αργεντινής Clarín 3-12-2006)
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