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Butterflies Will Burn
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Prosecuting Sodomites in Early Modern Spain and Mexico
By Federico Garza Carvajal
As Spain consolidated its Empire in the sixteenth and seventeenth centuries, discourses about the perfect Spanish man or "Vir" went hand-in-hand with discourses about another kind of man, one who engaged in the "abominable crime and sin against nature"—sodomy. In both Spain and Mexico, sodomy came to rank second only to heresy as a cause for prosecution, and hundreds of sodomites were tortured, garroted, or burned alive for violating Spanish ideals of manliness. Yet in reality, as Federico Garza Carvajal argues in this groundbreaking book, the prosecution of sodomites had little to do with issues of gender and was much more a concomitant of empire building and the need to justify political and economic domination of subject peoples.
Drawing on previously unpublished records of some three hundred sodomy trials conducted in Spain and Mexico between 1561 and 1699, Garza Carvajal examines the sodomy discourses that emerged in Andalucía, seat of Spain's colonial apparatus, and in the viceroyalty of New Spain (Mexico), its first and largest American colony. From these discourses, he convincingly demonstrates that the concept of sodomy (more than the actual practice) was crucial to the Iberian colonizing program. Because sodomy opposed the ideal of "Vir" and the Spanish nationhood with which it was intimately associated, the prosecution of sodomy justified Spain's domination of foreigners (many of whom were represented as sodomites) in the peninsula and of "Indios" in Mexico, a totally subject people depicted as effeminate and prone to sodomitical acts, cannibalism, and inebriation.
By Federico Garza Carvajal
As Spain consolidated its Empire in the sixteenth and seventeenth centuries, discourses about the perfect Spanish man or "Vir" went hand-in-hand with discourses about another kind of man, one who engaged in the "abominable crime and sin against nature"—sodomy. In both Spain and Mexico, sodomy came to rank second only to heresy as a cause for prosecution, and hundreds of sodomites were tortured, garroted, or burned alive for violating Spanish ideals of manliness. Yet in reality, as Federico Garza Carvajal argues in this groundbreaking book, the prosecution of sodomites had little to do with issues of gender and was much more a concomitant of empire building and the need to justify political and economic domination of subject peoples.
Drawing on previously unpublished records of some three hundred sodomy trials conducted in Spain and Mexico between 1561 and 1699, Garza Carvajal examines the sodomy discourses that emerged in Andalucía, seat of Spain's colonial apparatus, and in the viceroyalty of New Spain (Mexico), its first and largest American colony. From these discourses, he convincingly demonstrates that the concept of sodomy (more than the actual practice) was crucial to the Iberian colonizing program. Because sodomy opposed the ideal of "Vir" and the Spanish nationhood with which it was intimately associated, the prosecution of sodomy justified Spain's domination of foreigners (many of whom were represented as sodomites) in the peninsula and of "Indios" in Mexico, a totally subject people depicted as effeminate and prone to sodomitical acts, cannibalism, and inebriation.
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Federico Garza: Quemando mariposas (Laertes, 2002)
ΑπάντησηΔιαγραφήA principios del siglo XVII fray Pedro de León denominó mariposas a los que practicaban la sodomía. Su argumentación era que los sodomitas son como mariposas porque las mariposas tentadas por la atracción de la llama vuelan adelante y atrás, cada vez acercándose más y mas al fuego, hasta que finalmente se queman en su totalidad. Los sodomitas que no se enmiendan, llevados por el pecado acabarán por fin en el fuego como mariposas, aseguraba De León.
La sodomía masculina
ΑπάντησηΔιαγραφήpor Alfonso Pozo Ruiz
¿Era la prostitución la única forma de comercio carnal que existió en la Sevilla Moderna? Esta es la pregunta que nos intriga. Si la Iglesia de la época, como hemos visto, llegó a tolerar la prostitución femenina era, entre otras cosas, para evitar males mayores como la relación homofílica (1). El criterio de los moralistas al respecto era severo, pues el pecado iba contra el bien de la república y constituía una de las peores lacras de la sociedad.
Desgraciadamente, en el caso de Sevilla, hay pocos documentos para el estudio. Las relaciones sodomíticas caían bajo la jurisdicción civil en el Corona de Castilla, a diferencia de los reinos aragones, en los que fue el Santo Oficio quien se ocupó de su persecución y castigo (2). Así como para Zaragoza o Valencia existe una documentación lo suficientemente concreta como para haber hecho posible diversas investigaciones, para el caso de Sevilla nos estrellamos con el triste destino que corrieron los papeles de la Audiencia, destruidos o vendidos al peso en su gran parte. En consecuencia, sólo se disponen de notas y alusiones aisladas, breves pinceladas que apenas si dejan entrever un cuadro del mayor interés. Una fuente de primera mano es la autobiografía del padre Pedro de León, jesuita, conocedor de las confesiones de los sentenciados a muerte en la cárcel de Sevilla durante treinta y ocho años (1578-1616).
De tales retazos podemos deducir la existencia en Sevilla de verdaderas redes de prostitución masculina puestas al servicio de personajes adinerados tocados del "pecado nefando" y que estaban dispuestos a pagar bien a jovencitos, a esclavos o a necesitados para satisfacer sus pulsiones carnales. Así por ejemplo, entre otros muchos, un caso relatado por el referido P. León, que si bien ocurrió en 1616, era similar a otros que narra del tercer cuarto del XVI:
"Y preguntado si había cometido este pecado con otros, vino a decir que con un don fulano de tal había cometídolo algunas veces y que cada vez le daba ocho ducados porque fuese agente con él. Y que le había dicho que andaba buscando un par de moros o turcos que fuesen muy potentes para comprarlos y tenerlos consigo para este maldito efecto; y que el dicho Juan le había visto encerrarse con uno o dos moros turcos y que les había dado el dicho precio porque lo hiciesen con él."
Antes de continuar con los hechos históricos, debemos precisar la terminología que estamos empleando. Encabezamos este apartado bajo el epígrafe moderno de "homosexualidad", pero no sería muy correcto usar este término en el siglo XVI (3). Entonces se hablaba de "pecado nefando" o contra natura, una de cuyas variantes, la más popular, era la sodomía. La sodomía consiste en el coito, ya con una persona indebida, es decir del mismo sexo -sodomía perfecta-, ya con una persona del sexo opuesto pero en un lugar indebido, es decir extra vas naturale -sodomía imperfecta-. La idea que domina en este pecado es la de la penetración y particularmente, la de penetración anal. La imagen de la fornicación por el orificio más sucio monopolizó rápidamente toda la carga afectiva que contenía la idea de lujuria (4). El coito anal se transformó en el acto contra natura por antonomasia; Realmente cualquier tipo de actividad sexual no reproductiva, durante la edad media, era penalizada como pecado y, por tanto, como delito.
El que fuera confesor en la Cárcel de Sevilla, el jesuita Pedro de León, denominó "mariposas" a los que practicaban la sodomía. Las mariposas, tentadas por la atracción de la llama, vuelan adelante y atrás, cada vez acercándose más y más al fuego. En un primer vuelo, una mariposa revolotea cerca de las llamas de un fuego y sólo se quema un ala. Pero la tentación del fuego es demasiado grande. Revolotea cada vez más cerca y se quema otra parte de sí hasta que al final se quema totalmente. Los sodomitas que no se enmiendan, llevados por el pecado acabarán por fin en el fuego como mariposas, aseguraba el padre León. Así contaba un caso que atendió en la Cárcel Real de Sevilla en 1592:
"La historia de este alguacil -un tal Quesada- es que él tenía casa de juego y acogía allí algunos mocitos de los pintadillos y galancitos, y a unos procuraba palparlos y tocarles las manos y caras, y a otros procuraba inducir al pecado consumado.
Al fin vino a parar en el fuego y como suelo decir (y aquel día que lo mataron lo dije), que los que no se enmiendan y se andan en las ocasiones de pecar son como las mariposillas, que andan revoloteando por junto a la lumbre: que de un encuentro se le quema un alilla, y de otro un pedacillo, y de otro se quedan quemadas; así los que tratan de esta mercaduría una vez quedan tiznados en sus honras y otra vez chamuscados y, al fin, vienen a parar en el fuego."
"Compendio...", Apéndice de los ajusticiados (pág. 480)
Este fuego no era una metáfora. El pecado nefando se castigaba con la hoguera si era mayor de edad o con azotes si menor. Según el "Apéndice" del padre León, en los treinta ocho años de su ministerio (1578-1616) hubo unos 114 casos en Sevilla. Para él, una vez probado el placer prohibido, era muy difícil dejarlo y tenía mal remedio. Hablando de un clérigo de misa encartado dice que "la experiencia nos ha demostrado cuán pocos son los que se enmiendan de este vicio bestial, y el fuego solamente es el que hace este oficio".
Los tribunales de Granada y Sevilla, junto con el Tribunal de la Casa de la Contratación, instruyeron 175 casos de sodomía entre 1560 y 1699, en los que sentenciaron a unos cincuenta sodomitas a la hoguera. Y esos eran los descubiertos. Como con las prostitutas arrepentidas, debemos suponer que eran muchísimos más los ocultos, los que permanecían "en el armario", según la expresión actual. Esto lo confirmaba el P. León cuando decía "que no son los mayores pecadores los que mueren quemados, que otros hay que nos los prenden".
El lugar más habitual de la actividad en Sevilla eran la Huerta del Rey y las casas de juego del Arenal, por donde merodeaban los putos "agentes" o "pacientes", como se les llamaba entonces. A muchos se les distinguía por sus vestidos, pinturas y afeites, otros permanecían en la clandestinidad. Cita Pedro de León a un "mocito hermoso", Francisco Galindo, que "andaba con tantas galas que parecía más mujer que hombre; las cuales dicen que le daban los que usaban con él de aquella desventura, porque siempre servía de mujer y era el paciente".
Los pecadores eran de toda clase social y origen: nobles, clérigos, frailes, taberneros, maestros de escuelas, napolitanos, franceses, negros, mulatos, turcos ...; "mocitos galanes", "caballeritos" de 17 años y niños -incluso los del Hospital de la Misericordia- aparecen embaucados o violados por depravados, aunque la ley los castigaba duramente: potro, azotes, exhibición y la hoguera. Salvo a los menores de edad, a los que se azotaba, se enviaba a galeras, se les encerraba y se les llevaba a ver cómo ardía el cómplice.
"Y el caso fue que el dicho Hamete (turco de nación, de Túnez) ... yendo al campo a la salida de la ciudad se encontró con un muchacho de hasta nueve o diez años y comenzóle a regalar y prometerle que le había de dar esto y lo otro; y embaucado el pobre muchacho se fue con él. Y cuando lo tuvo en ese campo comenzó a quererlo forzar y acometióle fuertemente, porque el muchacho daba gritos y pedía favor de Dios y de los hombres. Y con la fuerza que le hizo el hombre hizo lo que pudo, si bien no cumplidamente la sodomía, vino a cumplir su deseo entre las pernezuelas del muchacho, el cual escapó descalabrado y de esta manera se vino al alcalde de la justicia llorando y corriendo sangre".
La amenidad y la frescura de la Huerta del Rey, que Morgado describe como "hermoso sitio de Sevilla", le habían convertido en el refugio de las clandestinidades sociales más comprometidas del siglo XVI. Con frecuencia apunta en este sentido la Huerta del Rey en la obra del Padre León, y siempre como aliada y cómplice de las peores debilidades. Un ejemplo valga por todos: "Don Diego Maldonado, que pertenecía a una religión de un hábito de Italia, donde se le debía de haber pegado la lacra, andaba siempre con mocitos galanes y convidándolos a meriendas, y a las huertas, y tal se encontró con uno a quien convidó a merendar en la Huerta del Rey. Estando debajo de la higuera comiendo higos, después de algunas palabras tiernas y amorosas, descompúsose él a quererle besar y pedirle que le dejase hacer su gusto con él, a lo cual el mozo dio voces diciendo: ¡al punto! ¡que me quieren forzar!, y cosas semejantes". Al oirse los gritos, el alguacil, que estaba preparado con anterioridad para prenderlo, corrió hacia él y lo llevó a la cárcel.
En una ciudad donde gentes de tantas procedencias y costumbres iban y venían, donde además era perceptible un superávit masculino notable, no es demasiado de extrañar el que las relaciones sexuales entre varones fuesen relativamente frecuentes. No faltaron altos varones que acabaron pagando con su vida su voluntad de llevar hasta el final su inclinación sexual. Veamos algunos casos ilustrativos.
En la Biblioteca Colombina y Capitular de Sevilla se conservan unas Efemérides que refieren la quema del noble Alonso Téllez Girón y su paje, acusados de sodomitas, el 30 de abril de 1597, además de haber asesinado a su esposa, doña Inés de Guevara. Don Alonso era Alguacil Mayor de Sevilla y administrador de los ducados de Osuna y Alcalá.
"1597 [...] en lunes 28 de abril el lic. Pedro Velarde Alcalde del Crimen de la Chansilleria de Granada [...] procedio contra D. Alonso Celles Gixon sobre la muerte de Dña Ines de Guerara su muger defunta y sobre lo demás conttenido en su proceso: lo condeno aque fuese llevado por las calles públicas de Sevilla [..] hasta el campo fuera de la puerta de Jerez donde se le diese primero garrote y luego quemado por el pecado nefando [...] y en perdida de todos su bienes; yba D. Alonso en mula de silla, vestido de luto y con el su paje con quien cometia el delito con opa blanca en albarda a los quales dos quemaron en el quemadero de la Inquisicion en treinta deste mes de abril"
En agosto de 1567 fue ejecutado don Alonso Henríquez de Guzmán por el mismo delito: "1567 [...] en 29 de dicho ajusticiaron a Don Alonso Henrriques de Guzmán por el pecado nefando y a un mancebo con quien estando preso lo comettia..."
En diciembre de 1544 fueron quemados por "el pecado nefando" nada menos que veinte hombres, posiblemente un grupo clandestino más o menos organizado para captar adeptos o comprar los servicios de prostitutos profesionales. Hacia 1578, el poeta Vicente Espinel se escandalizaba de la floración de sodomitas sevillanos:
¡Oh! Caso horrendo, mísero y terrible
es ver la juventud del suelo vándalo
envuelta en sodomía incorregible;
el melífluo mozuelo oliendo a sándalo
con blanduras del rostro y alzacuello,
moviendo al cielo a ira, al mundo a escándalo
Y eso que, incluso en los bajos fondos, la sodomía tenía peor reputación que el robo, si seguimos el texto de "Rinconete y Cortadillo", de Cervantes, que se desarrolla precisamente en la Sevilla del Quinientos:
"Y ¿con sólo eso que hacen, dicen esos señores -dijo Cortadillo- que su vida es santa y buena?
-Pues ¿qué tiene de malo? -replicó el mozo-. ¿No es peor ser hereje o renegado, o matar a su padre y madre, o ser solomico?
-Sodomita querrá decir vuesa merced -respondió Rincón.
-Eso digo -dijo el mozo.
-Todo es malo -replicó Cortado-. Pero, pues nuestra suerte ha querido que entremos en esta cofradía, vuesa merced alargue el paso, que muero por verme con el señor Monipodio, de quien tantas virtudes se cuentan."
La sodomía llegó a ser conocida como el crimen contra naturam, peccatus, crimen nefandum, pecado nefando, crimen cometido contra el orden natural, nefando pecado contra natura, el pecado, la sodomía, crimen atrocisimus. Y a un sodomita se le llamaba sodomita, sodomista, sodomético, sométicos, puto, marica, maricón o bujarrón. Este último término tendía a connotar un "placer por la penetración anal" y un amor por los muchachos jóvenes.
Como otros males, era habitual imputar el origen del vicio a los extranjeros, en particular a los italianos, que abundaban en la Sevilla del Quinientos. (Recuérdese que la sífilis también se había imputado a los itálicos, entre otros). En algunas ocasiones, esta sospecha de "tocados por el pecado nefando" de los italianos dió lugar a encontronazos como el simpático caso referido por el P. León, habido entre un estudiante manteísta y un barbero:
"Mucho mejor le venía a este desdichado el usar el remedio que el otro estudiante de Madrid: que habiendo quemado la Justicia a un barbero italiano por el pecado nefando, se fue él a quitar el cabello a casa de otro barbero de la misma nación y al sentarse quitóse el manteo, y el italiano vio cómo traía una esportilla terrera, el envés afuera, muy encajada en las asentaderas y fuertemente atada. El estudiante le respondió, que ya sabía cuán peligroso estaba el tiempo y que siendo su merced barbero italiano le pareció que convenía venir semejantemente prevenido. El maestro lo llevó muy mal y asiéronse a palabras, y de ahí a las manos y mojicones a tiempo que un alguacil los vio y llevó presos."
Sigamos viendo casos. En 1585 fueron ejecutados Salvador Martín y Alonso Sánchez; su historia es sumamente reveladora de la realidad sevillana. Habían sido inducidos a la sodomía por Diego Maldonado, aficionado a relacionarse con mozuelos a los que pagaba generosamente por sus servicios y con los que solía reunirse para organizar orgías en la Huerta del Rey. Al ser detenido, Maldonado delató a Francisco Galindo, sodomita y alcahuete que trabajaba para caballeros y clérigos de la ciudad; Galindo, a su vez, encartó al verdadero cerebro de la red, Machuco el Negro; era un antiguo esclavo que había conseguido adquirir la carta de libertad gracias al dinero que le pagaban sus clientes para buscarles partenaires, y que tenía como ayudante principal en sus tareas a un mulato.
A 1590 corresponde otro de los casos más sonados que dejaron al descubierto la organización de una red clandestina de prostitución masculina. Un alguacil de apellido Quesada detentaba de forma oculta una casa de juegos que, en realidad, no era más que la tapadera de un burdel masculino. A él procuraba atraer a "algunos mocitos pintadillos y galancitos", género que ofrecía a personas de buen caudal, como el hijo del arrendador de la renta del pescado o un canónigo de la Catedral de Granada.
Muchos otros casos de sodomía apuntó el padre León en su "Compendio", en los que de forma menos explícita y entre líneas se puede observar el contorno de unas prácticas sexuales más extendidas de lo que en principio se pudiera pensar.
"Francisco de Zárate y Mateo de Salvatierra a 14 de febrero [de 1579] fueron quemados por tocamientos deshonestos que entre sí tuvieron estando acostados juntos en una cama. Oyéronlos, que estaban retozando el uno con el otro y hablando palabras deshonestas y palpándose. Estos dos eran mozuelos de hasta diecisiete años y venían en una compañía de soldados, y su capitán, con su asesor, los condenó a quemar."
"Juan de Quevedo, en 30 de marzo [de 1579], quemado por el pecado nefando. Este hombre era maestro de escuela en Utrera y con los muchachos, sus discípulos, pecaba."
"[N.N.] 17 de junio de 1579, por bestialidad con una borrica, fue quemado y ahorcada la borrica como manda la ley."
Otras fuentes son coincidentes a este respecto. El 19 de abril de 1600 fueron quemados nada menos que quince acusados de sodomía, un número que nos hace pensar en una comunidad activa y secreta. Tres años más tarde era un sacerdote, Francisco Inhiesta, el procesado por sostener la errónea opinión de que la sodomía no era pecado si se pagaba al cómplice, tal y como él habia hecho en numerosas ocasiones aprovechando el momento de la confesión.
Tal era la obsesión por extirpar el pecado nefando que alguna que otra vez fueron condenados personas inocentes, por malos entendidos. Así nos cuenta el padre León un caso tragicómico que el conoció a fines del XVI. Se trata de dos pobres arrieros que llegaron a Sevilla con sus mercancías. Uno de ellos tuvo necesidad de tomar un purgante y tal dosis ingirió que le quedaron "aquellas partes secretas abrasadas". Así que no tuvo más remedio que encamarse en la posada. Allí recibe la visita de su compañero:
"¿Qué teneis, fulano, que no habeis parecido por allá? El enfermo le respondió: Pecador de mí, cómo tengo de aparecer, que estoy en esta cama padeciendo lo que Dios sabe de unas quemaduritas que me hice en el baño con un diablo de no sé qué medicina que me dieron en el baño para limpieza. Dóila yo al diablo, y nunca yo allá hubiera ido.
Veámoslas (dijo el amigo).
Y el cuitado enfermo le dijo: Cerrad esa puerta. Y cerrada asentóse en la cama el pobre enfermo y alzó la pierna para que le pudiese ver bien las llamas que tenía. Y estándoselas mirando púsole la mano en una de ellas, y apenas se la había puesto cuando le dijo: ¡Quedito, cuerpo de Dios, que me lastimáis!
La moza del mesón que estaba con cuidado por haberle oído decir al enfermo "cerrad esa puerta", estuvo acechando por un agujero de otro aposento, pared en medio. Y viendo que el enfermo tenía las piernas en alto y el amigo tocándoselas y oyese decir al enfermo: Quedito, que me lastimáis, púsosele en aquella cabeza que estaban cometiendo el pecado nefando. Y bajó corriendo a su ama, y contóle lo que había visto y oído. El ama le mandó que luego al momento fuese a dar cuenta a la justicia, como lo hizo.
Y al punto vino el alcalde de la justicia y hallólos en el dicho aposento en buena conversación, y préndelos, y presos tomóles la confesión a cada uno de ellos. Confesaron la verdad que queda referida, de que le estaba mirando las llagas contraídas en el baño, a lo cual el alcalde dijo: ¡Abujarrones! que aun estándoos muriendo no podéis apartaros de este pecado. Mandó el alcalde de la justicia que le llamasen al verdugo para darles tormento." Tras múltiples torturas, confesaron lo que no habían hecho "y estando ya confesos, los sentenció a quemar y la Audiencia confirmó la sentencia de fuego".
"Compendio..." del Padre León
Concluyendo. En la pícara Sevilla del Siglo de Oro, Babilonia en la jerga de la germanía, no habían de faltar refinamientos sexuales de toda calidad, forma y condición. Al fin y al cabo, el oro todo lo consigue (y lo corrompe, según voces de la época), y en pocas urbes del mundo corrió nunca tanto oro como a orillas del Betis.
Pero no creamos que era sólo en Sevilla. El "sexo contra natura" tuvo un desarrollo notable en esta época en España. El profesor Carrasco, en su obra "Inquisición y represión...", ha documentado la siguiente información. Entre 1450 y 1700, el Tribunal Inquisitorial instruyó 380 casos por sodomía en Valencia, otros 791 en Zaragoza y 453 en Barcelona. En Valencia, el tribunal sentenció a la hoguera a 37 hombres entre 1566 y 1775, la gran mayoría entre 1616 y 1630, justo durante el auge de la Contrarreforma. Los tribunales no condenaron a la pira a ningún sodomita después de 1630; en lugar de eso los condenaron al cadalso, a que se les administraran latigazos o al destierro perpetuo del Reino. En Castilla este cambio ocurrió en la última década del siglo XVII.